(Editorial) ¿En qué se parece una idea a un cuchillo?
El problema del negacionismo, finalmente, tiene una solución más eficaz que una mordaza…
Integrantes de Movadef, organización prosenderista. (Archivo El Comercio)
Se ha dicho que criminalizar la negación de actos terroristas no atenta contra este derecho pues el mismo tiene límites. En este Diario, por supuesto, no sostenemos que se trate de un derecho absoluto. Como dijo el juez estadounidense Oliver W. Holmes, quien causa pánico al gritar “fuego” en un teatro sabiendo que realmente no hay un incendio y pone así en riesgo las vidas de los asistentes no puede ampararse en la libertad de expresión para defender lo que hizo. Las palabras y las ideas son como cuchillos: pueden servir para hacer daño a otras personas. Pensemos, por ejemplo, en quien difama difundiendo una noticia que menoscaba la reputación de otro, o en alguien que propaga la falsa noticia de que un banco va a quebrar generando una corrida financiera. En casos como estos, cuando las palabras y las ideas son el cuchillo con el que se apuñala, si queremos proteger las libertades de todos es necesario sancionar a quienes lo empuñan.
Pero al igual que los cuchillos, las palabras y las ideas pueden simplemente blandirse a vista de todos sin poner en riesgo a nadie. La publicación del Manifiesto Comunista, por ejemplo, por sí sola no causó ningún daño por más que haya inspirado más de una sangrienta revolución. Y por la misma razón por la que no encarcelamos a quien se pasea solo mostrando un cuchillo por la calle, no tendríamos justificación para encarcelar por su pensamiento a Marx y Engels. Ellos, a fin de cuentas, no son los responsables de los crímenes que años después cometería Stalin, de la misma forma que Alfred Nobel no es responsable por todos los atentados que se hayan cometido con dinamita, ni J. Robert Oppenheimer por Hiroshima y Nagasaki. Igualmente, las simples afirmaciones de que Abimael Guzmán es un político y de que Sendero no fue un grupo terrorista son ideas falsas, absurdas e indignantes. Pero esas palabras, por sí solas, no afectan ni ponen en riesgo inmediato las libertades ajenas. ¿Si no generan un peligro inminente, por qué entonces habría que limitar su libre expresión? Quizá alguien piense que, como se trata de ideas tan repugnantes, deben ser criminalizadas para mostrar el rechazo que siente la mayoría de peruanos hacia ellas. El problema es que una vez que abrimos la puerta que permite a los jueces decidir qué ideas se censuran por repulsivas, cerrarla puede resultar muy difícil. ¿Qué nos garantiza que mañana no se vetará alguna idea en la que nosotros creamos si le resulta repulsiva a la mayoría? La única manera de evitar esto es proteger todas las palabras e ideas mientras no hagan daño por sí solas. El verdadero compromiso de una sociedad con la libertad de expresión, después de todo, no se mide cuando defiende las ideas que la mayoría comparte, sino cuando lucha por aquellas que más aborrece. El problema del negacionismo, finalmente, tiene una solución más eficaz que una mordaza. Hay que expresar abiertamente nuestra opinión en contra de lo que fue el más brutal episodio de sanguinaria psicopatía de la historia peruana. Hay que demostrar públicamente lo equivocados que están sus defensores y no darles la oportunidad de que se disfracen de víctimas a las que la sociedad no les dio la chance de ser escuchadas. Sacrificar la libertad de expresión, en cambio, tendría tanto sentido como cortarse la lengua infectada cuando existe un remedio para curarla: la verdad.
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